Ir al contenido principal

Entradas

46.- Dios ha muerto.

“Dios ha muerto. Te lo digo en serio, Dios ha muerto.”   Allí estaba yo, empinando el codo con mis compadres. Haciendo lo que de un tiempo a esta parte estilamos hacer cuando a alguno le resulta exitoso un negocio.   “¿Le lleno la copa, señor? " y, como si a esa hora —y en ese estado — aún pudiese pasar por uno, asentí con la paciencia y la conformidad propias del que acepta un regalo para no parecer descortés. En aquellos momentos, me distraía pensando en el tiempo que hacía ya desde que no veía a mi amigo de omnipotente apodo, Dios . Quizás el mote le venía algo grande al infeliz, pero desde la barrera resultaba inevitable concederle un crédito menor. Me enorgullecía saber que un día llegué a tener el número de teléfono de Dios y, no es que yo soliese confesarme, sino porque era un placer disponer de su cuerpo presente a modo de testigo de cargos al instante retirados para todos y cada uno de mis pecados. “ Absolución al cabrón ” decía, el poeta de los cojones... ...

45.- Aquel hombre delgado como cada noche.

Aquel hombre delgado se dirigía, como cada noche, al salón de juego situado en el cruce de las avenidas Russell con Woodland. Caminaba deprisa, cabizbajo, quizás agotado por un tenue destello de esperanza visionado en rojo y negro. Llegó por fin al principio de su arrepentimiento y, obviando a esos dos gorilas que custodiaban la puerta, se sumió en su mundo. No podía dudar, ni elegir, si aprehender la posibilidad de entrar o no hacerlo. No reparó jamás en aquellos borrachos con corbata amantes de la pequeña rueda, ni en el avispado croupier que escondía fichas en el bolsillo derecho de su chaleco. Cambió placas por valor de 200$, avanzó hacia a la mesa número cinco situada al fondo derecho del salón y jugó. Y volvió a jugar. Y regaló sonrisas y carcajadas —hilaridad, en general — acompañadas a veces de cierta lástima por quien basa su futuro en lamentar lo hecho. Pero a quien le importe, que no juegue. Y sin embargo, él lo hizo de tal forma que...

44.- Cuando todo era más posible.

Otra tarde de domingo, después de estudiarme lentamente, enfrento la hoja en blanco. Mientras, las horas pasan de largo y yo sigo pensando que de un tiempo a esta parte nada original me ha pasado. No sabía qué escribir y, cuando todo era más posible, me preguntaste si escribía todavía: que el azar virase hacia otro lado, o que en la arena brotaran flores, que la Luna esta noche no me siga, o que los recuerdos se olvidasen con tan solo preguntar ¿Qué tal te va esa vida?

43.- Te debo otro poema.

Al llegar la costumbre, tendido al final del día apartado del tedio y la rutina, eso que subsume en lo demás  dirige, al amparo de la verdad con palabras que queman, a todos los que conceden, como causa perdida que, ciertamente, te debía otro poema.

42.- Dentro.

Una gota de lluvia, conocedora de la ceremonia paisajística escondida en cada mirada, me transporta, sin quererlo, a un mundo antes irredento. Lleno de esperanzas e ilusiones, porto la pena en el bolsillo secreto de estas, mis palabras gastadas... -¿Aquí? -No, sino aquí . Dentro.

41.- De esta manera.

Parados y camareras acariciando el éxito, arrancándose la envidia con ira desmedida de sed inagotable. Y yo de esta manera, solo quiero que me liberes de esta, barra gastada. ¿Te vale con mi amor o tendré que hacerme el simpático? Soy un paisaje de lunes cerrado, con el periódico al aire, aunque te olvides. No soy un cabrón, tan solo me cuesta a veces decir que no. Sálvame si te vale con mis pasos por el medio de la calle. Supongo que esta vez no me dejo creer aunque ya lo dije y no quiero seguir más el recorrido. No sé parar ni quedarme frío, por rendición del sol a sol y dos desastres por quedarme un rato a solas conmigo. Un asiento vacío y una oportunidad para la noche que me toca librar. ¿Quién me araña cuando no puedo más? Una calada fugaz que viene a por mí y, en la cama, otro viaje. Ya me entiendes, aunque no me conozcas, pues pasé por aquí con mis pensamientos y puede que, quizás, alguno quedase varado en la vereda de tu recuerdo. 

40.- Hada.

Nunca apartaba la mirada de la tragaperras y solo dejaba la muleta de la que se servía para sostenerse cuando se quedaba sin monedas. No sé si dormía despierta o si algún día volvía a casa, pero jamás parecía cansada. Ostentaba unos ojos transparentes que tornaban verdes al observarlos sobre el fondo marino de sus córneas. A veces podías reflejarte en ellos sin que ella te viese y solía revolverse la boca con tragos de cordura. En verdad, me recordaba que valía la pena vivir incluso cuando afligen la amnesia y los incendios que corrompen las entrañas los viernes por la mañana. Un día debió ser hermosa como Brigitte Bardot logrando que el cigarro evitara consumirse por el solo anhelo de acariciar aquellos labios una vez más. Hoy he sabido que mi hada se suicidó en una cama del hotel Riscatto e imaginé al juez de instrucción calado hasta los huesos, iluminado por una amarillenta luz desgastada como las fuerzas de quien se tomó todo su trabajo en morir.

38.- Poema que será poesía si deseas.

Llamé un tren que me trae de vuelta a un lugar donde nunca estuve para descubrir que si hubiese sido aquel, ahora no sería nada y tú no tendrías nada que leer. Mentiras y promesas que te enseñan que la madre solo es prestada. No te dan la vida, ni es la vida la que se acaba. Palabras que son poemas porque tú lo deseas y poetas dormidos que sin escribir jamás se quedan.  Cuatro estrofas sin versos y tú sonríes al creer que los versos son a la estrofa como las semanas al mes. Una sonrisa cómplice que se deshace al esperar otra más y comprobar que, sin embargo y con esta, al final solo serán tres.

37.- La prisión del pensamiento.

Guarda la luz bajo el brazo que apuntó a la cara de la desesperación. Sus labios sellados caminan de la mano rumbo a un lugar sin dueño. Rumbo, quizás, a ninguna parte. Describe melodías con acento extraño. Anota insensateces en su libreta roja. Cabalga abrumado pensando en la prisión del pensamiento: razón y sentimiento, para abandonar las dos y reír. Si no hay nada, nada tiene que decir.

36.- Diez años (II).

Se ve que la quitanieves no ha podido con toda esa masa blanca convertida puramente en un objeto de resistencia mayúscula. Agregado un viento sobrecogedor al temporal, parece que los copos caen hacia arriba cuando se miran al contraste sobre la oscuridad de la noche. Los focos de mi coche a penas alcanzan unos metros más allá del lugar donde estoy varado después de que, tras deslizar sobre un manto de hielo, impactase contra el guardarraíl. Las luces de emergencia parpadean agobiantes y mantengo viva la esperanza de que algún vehículo se detenga para recogerme y llevarme al albergue más cercano. Aunque improbable, me recordaba a esos sujetos atrapados en el enjambre del tráfico los viernes al salir del tajo. Mas yo estoy solo. Igual de solo que ellos pero, en verdad, solo de veras. Con más de nueve mil días en mi haber y una docena de señeros para el recuerdo. Estaba mirando el indicador del nivel de gasolina cuando, de pronto, observo cómo brotan dos luceros de un tono cobrizo en el...

34.- Otra noche horrible.

Tragos rápidos parados en la recepción, cuando sobre la espuma te siento llegar. Yo echando raíces, emborrachando mi soledad en otra noche horrible, rodeado por almas invencibles, para descubrir que realidad es solo un lugar sin tiempo que perder. Con dos motivos más que ayer, donde todo lo que ves fue antes el sueño de alguno que estuvo igual. Y ahora, en verdad, tengo miedo a vivir aquello que escribí cuando bebía deprisa.

33.- Diez años (I).

15 de febrero de 1993 y aún no ha vuelto a casa. Han pasado ya diez años desde aquel segundo que lo cambió todo. Ni un día sin tachar en el calendario, contemplando la destreza con la que la desolación esculpe estrías en los pacientes de decadencia. Diez años desde que salió corriendo, dejando la cama deshecha y dos poemas sobre la mesa. Nunca quise mirarlos, pero lo hice. La inquietud y la angustia me obligaron a leerlos por si podían ofrecerme alguna pista o algún motivo. Pero no hallé nada. Solo unas palabras sin valor alguno. No pude conocerle por lo que dejó escrito. Tampoco sé si se hubiese dejado conocer de otra manera. Pasaba las noches a solas en su cuarto y los días estudiando. Siempre tenía un libro bajo el brazo y la mirada en cualquier otra parte. En realidad, estaba orgullosa de que no fuese como el resto. 

32.- Bajos presupuestos.

Recordabas al sonido que llevaba mi vida  de blues con Trankimazin  agregado a los problemas. Con las botas puestas  y otra cosa en la cabeza, querría tocar la trompeta. Soltando amarres y cuentas pendientes, tendré que hacer caja ahora que tengo tiempo. Sin saber dónde estás, bajos presupuestos esta noche que voy ciego y, creo, saludé a Satanás, mas no sé si estoy en lo cierto.

31.- Lo mismo que el resto.

Devoción fugaz por tus ojos de mil pixels tras un cristal. Dormido junto al camino  de tu dedo pasando  hacia el lado que pasa el mío. Por un rato, querré tus datos. Tras un vistazo y un cigarro, bajo telas de araña colgando, tendidos tú y yo, fingiendo conocernos algo. No me echarás de menos, nunca estuviste tan lejos, corriendo el riesgo de ser  tan solo otro escritor que ha estado bebiendo. Destrocemos lo que no sea frágil, que la culpa será del tiempo. Rateando por tus piernas cuatro estrellas y media estampadas en el techo para iluminar tu cuarto. Y así estás ya en la frontera de otra década que se va sin borrar tus pasos para evitar que puedas estar andando detrás de tu pasado. No te preocupes por eso. Mañana te seguirán queriendo lo mismo el resto.

30.- Ni de su padre.

Es una imagen recurrente, más tópico que realidad, la del jubilado de más de 75 exprimiendo el tedio previo al desenlace frente a una obra cualquiera. En aquel punto, la circunstancia es irrelevante. Nada importa si se trata de la remodelación de un parking o de la construcción de unos grandes almacenes. Lo esencial es que haya colosales excavadoras y un capataz curtido por las inclemencias meteorológicas dispuesto a aguantar las condescendientes indicaciones del jubileta de turno. Brío, brío, brío... Daaaale ahí... . Pero como ya dije, esto es más bien un estereotipo que no contemplo desde hace ya algún tiempo. Y no me incomoda. Al fin y al cabo, ese hobby me sale gratis. También es barata otra afición, mucho menos estudiada, pero más incrustada en el quehacer diario de nuestros mayores. Me refiero, cómo no, al acercarse a los pasos de cebra con la premisa de no cruzar bajo ningún concepto y el propósito de agitar la mano dando a entender que pases tú primero. Aunque no es imprescin...

29.- Lógica espontánea.

Como te digo. El concierto, increíble. Estaba hasta arriba de peña desgañitándose a empujones con el prójimo. Había cerveza por todas partes cuando, encima, va El Rubio y me tira el cachi entero por la espalda. Pero en ese momento me daba todo igual. Iba como un avión... Luego, después de cerrar el garito, nos quedamos adentro con los músicos. Y estaba también ese alto que cuenta chistes por la tele. Ese que es de Albacete... ¿Cómo se llama? Bueno, da igual. El tío se amarró al micrófono y empezó a cantar “Asturias, patria querida” mientras Panchito le acompañaba a la guitarra. Acabamos todos subidos en el escenario berreando a voces. Una pasada. Y no te lo vas a creer. ¡Que ligué! Aquí donde me ves. Con unas grupis que estaban alucinando porque me sabía todas las canciones. Al final me sirvieron para algo. Hicimos un grupo de WhatsApp y todo, y hemos quedado para el próximo concierto... Fue acojonante... Tenías que haberte venido. ¿Qué? ¿Qué te parece? —Que... Entonces... ¿Voy a ...

28.- Como bien con 'v'.

-¿Cómo estás? -Como bien con ‘v’. -... -¿Qué? -Que eres demasiado. -Ya sabías que estaba algo más loco que los demás. -Y un poco menos cuerdo. -... -... -También tengo más pelo. -Y más nariz. -La tuya. -No es verdad. -También tengo más...                       -¿Quieres dejar el móvil de una vez?                      -Estoy escribiendo.                      -Pues, ¿quieres dejar de escribir lo que quiera que estés escribiendo? -Podría seguir con el móvil aunque no escribiese. -¡Haz el favor de parar de escribir y dejar el móvil tranquilo!                      -No.                      -... -Todavía sigue encendido el árbol de Navidad y hay ceniza en la basura. -Es qu...

27.- Otoño de 2011.

La bruma refleja el otoño de las hojas que dibujan caracoles al caer. Como aquel que pudiera perder cuando quisiera la memoria mensajera de retales difusos. Guardar en el zaguán la paz y la ternura, odiarte por locura racional y un enfisema de dolor bendito. Y aun así, rezar de nuevo por quedarme un poco más, volverme a enamorar de la flor hechicera que no me espera cuando puede, sino porque puede, espera.

26.- Aquí es donde nos movemos (II).

El sentido fundamental del relato de los peces es poner de manifiesto el que algunas de las realidades más cotidianas son a menudo las menos evidentes. Recientemente he tenido ocasión de escuchar a un muchacho alardear de lo fácil que le había resultado superar exitosamente sus estudios de grado. Me lo leía el día antes y sacaba buena nota —proclamaba orgulloso. Lo mejor de todo es que el auditorio reconocía enseguida la sobredotación del imberbe con frases como —y juro que las decían en serio— ¡Es que tú eres muy listo!  Pues sí. Esto es lo que hay y no es culpa de nadie. El tiempo solo transcurre en un sentido. La imposibilidad de detenerlo hace que inevitablemente tengamos la sensación continua de que salimos adelante. Después, nuestro inherente egocentrismo hace el resto atribuyéndonos una ración de autoconvencimiento sobre nuestra propia excelencia. Y es que aquí es donde nos movemos. ¡Qué importa la dificultad de los exámenes! ¡Qué importa lo que haya aprendido realmente! ¡...

25.- Aquí es donde nos movemos (I).

Se ha convertido en clásica la anécdota narrada por David Foster Wallace en la ceremonia de graduación de la Universidad de Keyton de 2005. Esa que dice —posiblemente estoy parafraseando— que van dos peces jóvenes por el océano, haciendo las cosas que suelen hacer los peces jóvenes a su edad.  Esto es, nadando mal encarados al tiempo que sujetan sendos cigarrillos recién liados bajo sus respectivas aletas. Entre tanto, se cruzan con un pez mayor que viene en sentido contrario. Por cierto, ¿se ha preguntado alguien cómo se distingue a un pez joven de uno viejo? Imagino que por el tiempo que les queda en la pecera. En fin. Como decía, se cruzan los dos peces jóvenes con el mayor quien, al pasar y guiñándoles un ojo, saluda afablemente.  — ¿Qué tal chicos? ¿Cómo está el agua?  — ¡Eh! Bien, bien... Todo bien. Y cada cual continúa su camino, alejándose de la escena por lados opuestos.  Siguen los peces jóvenes nadando largo y tendido como si tal cosa hasta que...

24.- Cómo se llega a ser lo que se es.

Hace falta insensatez para enfrentarse a una hoja en blanco. Es como atravesar una calle de un único carril, pero con la viva esperanza de no encontrarte a nadie en el retrovisor cuando pretendas dar marcha atrás. A menudo sientes que quieres desaparecer sin antes expirar y te cuelgas deseoso de una nota a pie de página. Y es que no hay nada distinguido en ordenar palabras de un lenguaje que no es mío. Tan solo dejo que desborden mi pensamiento antes de detenerme en seco, mirar por el espejo, y deshacer a veces lo que ya había hecho.

23.- Un bello rastro de esperanza.

Caminaba por aquí en la que parecía ser una estival mañana como cualquier otra. Mares de hojas amontonadas capitulaban ante la proa de mis pies abriéndose paso. Portaba un abrigo largo lo suficientemente tupido como para eludir el jersey y su consiguiente incomodidad. Detesto a esa gente que sacrifica su libertad de movimientos por miedo a resfriarse. Seguro que los infelices además se vacunan cada invierno con el velado propósito de cobrar por muchos años la pensión. Y por si fuera poco, cuando se arrancan el suéter ante cualquier mínima variación en su temperatura corportal, acostumbran a exhibir con absoluta impunidad toda esa carne cruda que se asoma por encima del pasador de sus pantalones. El caso es que a lo lejos iba contemplando cómo jugaban a la pelota dos niñas de escasos seis años. Se comportaban como dos muñequitas histriónicas, haciendo airados aspavientos mientras lucían sendos uniformes a cuadros propios de un colegio británico. Le estarán soplando una pasta al viejo a...

22.- El día que no quede nadie en Venecia.

Otra noche en la que parece que el devenir del insomnio será más osado que mi perseverancia por aferrarme a un mismo sueño. Recuerdo tus ojos en los míos sobre la cama. Y las palabras que me han llevado lejos pese a que nunca las pronunciara en alto. Tu gesto de incredulidad al ver mi rictus inefable al tiempo que sostenía mis pensamientos para no derrumbarme con ellos. No puede ser tan gilipollas —pensarías. Y es que yo estaba paseando por Venecia, a kilómetros de ti, pero contigo de la mano. Saboreando la libertad. Emancipados de la mirada inquisidora de la gente que solía descifrarnos al pasar. Solos en la plaza de San Marcos. Calados hasta las rodillas y con la memoria saturada por el anhelo de nuestras sábanas. Perdiendo la vida más deprisa que para lo que la vida nos daba. Con aquellas nubes que mojaban lo mismo que esas otras que se escaparon al despertar de mi ensueño. Gracias a mis viajes pude aprender que solo el día que no quedase nadie en Venecia renunciaría al destello q...