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45.- Aquel hombre delgado como cada noche.

Aquel hombre delgado se dirigía, como cada noche, al salón de juego situado en el cruce de las avenidas Russell con Woodland. Caminaba deprisa, cabizbajo, quizás agotado por un tenue destello de esperanza visionado en rojo y negro. Llegó por fin al principio de su arrepentimiento y, obviando a esos dos gorilas que custodiaban la puerta, se sumió en su mundo. No podía dudar, ni elegir, si aprehender la posibilidad de entrar o no hacerlo. No reparó jamás en aquellos borrachos con corbata amantes de la pequeña rueda, ni en el avispado croupier que escondía fichas en el bolsillo derecho de su chaleco. Cambió placas por valor de 200$, avanzó hacia a la mesa número cinco situada al fondo derecho del salón y jugó. Y volvió a jugar. Y regaló sonrisas y carcajadas —hilaridad, en general— acompañadas a veces de cierta lástima por quien basa su futuro en lamentar lo hecho. Pero a quien le importe, que no juegue. Y sin embargo, él lo hizo de tal forma que no tardó más de tres manos en huir de aquel lugar, habiendo mandado, como cada noche, su conciencia a la cama sin cenar.

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