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Mostrando entradas de octubre, 2018

17.- El otro contrato.

Un nudo en la garganta me impide respirar. Las distancias son estrechas y no quiero moverme más de la cuenta. Compungida al borde de una cama que no es mía, contemplo cómo se suceden en el techo las luces de cruce de los pocos vehículos que patrullan la calle. Siento una respiración extraña a mi costado. Exhala con una cadencia imprecisa e incapaz de disimular ese aliento de Burger King que espanta a todas mis ovejas. Y es que lo he intentado. Contar hasta doscientos y mucho, esperando que el sueño me dé una tregua. Pero no puedo. Estaría mejor en cualquier otra parte. Lo sé, pero no me arrepiento. ¿O sí? ¡No! ¡No! ¡No pienses en ese otro capullo más! Deja ese recuerdo sangrar hasta que se agote por sí solo. ¡Dios! Acabo de besarle. Quiero morirme. Este no es mi sitio. Aquí corro el riesgo de pasar la noche en vela. Y el de mantener la pena en vilo. Ojalá estuviera en mi camita, con mis sábanas y mi almohada, y no aquí, que a saber cuántas han estado antes. Me voy a ir. No creo que

16.- El contrato.

Al levantar los párpados, intuí tu sombra en el espejo. Parecía que estabas empezándote a vestir. Supuse que esto iba así, pero no tenía la certeza. Así que encendí la luz, me miraste y entonces dijiste: Soy la típica chica de pies fríos . ¿Típica? No, no eras típica , pero no te lo dije. Me limité a desplegar mi mejor sonrisa al tiempo que me recostaba sobre la almohada. En realidad, estaba demasiado cansado para casi cualquier cosa. Mis sueños coincidían con la promesa de escribirte al día siguiente. Y es que no pude evitar jurártelo, deslumbrado por el brillo de las farolas en tu espalda. Aunque, en verdad, para entonces ya te había dicho tantas cosas que solo algunas se parecían algo a la verdad. Las posibilidades de empezar a conocerme eran inversamente proporcionales al tiempo que llegases a pasar conmigo. Así que me diste un beso ligero de esos que salen sin pensar, con la naturalidad preciosa de las seis de la mañana, y marchaste. No alcanzo a entender cómo alguien pudo tallar

15.- La soledad inmensa.

500 días han pasado ya desde entonces. Y no recuerdo siquiera de qué trataba. Pero ahora estoy en mi coche, rodeado de tres desconocidos mientras nos empapa un denso e incómodo silencio que cala los huesos más profundo que la peor niebla vallisoletana. Cautivos de uno de esos atascos que hasta ahora solo había visto por la tele, los tres (el cuarto ha cerrado los ojos) tratamos de deslizar nuestra timidez sobre el grueso hielo que nos preserva de los ignotos. ¡Mira qué pringados! — hubiese proclamado de no estar allí conduciendo. “¿Qué habéis estudiado?” “¿Cuántos años tenéis?” “¿En qué trabajáis?” Con mi vehículo transformado en una suerte de tapete donde arrojar lo que se está dispuesto a perder, decido subir la apuesta. “¿Cuál es vuestra peli favorita?” En efecto. Al comprobar que aquellos extraños elegían la que podía haber sido perfectamente mi respuesta, me sentí al momento despojado de mi identidad. Convertido en un paria más al tiempo que no dejaban de emerger de bocas ajenas

14.- Solo con hielo, porfa.

   —  Solo con hielo, porfa.   Siempre me ha molestado esa gentuza que no dice ‘hola’, o ‘buenos días’, o un mero ‘¿qué tal?’ de esos que no esperan jamás una respuesta sincera. El caso es que el bastardo se mueve por el alambre. Ese breve ‘porfa’ que se abre paso entre mi mala leche es una suerte de red para el que se sabe accidentado funambulista. Y es que el chico es interesante. Y, aunque no guste de saludar,  parece  educado . Sin apenas levantar la mirada del teléfono móvil y con su arte para arrojar el tabaco sobre la barra, ha conseguido que me ahoguen las ganas de preguntarle a qué se dedica, o cómo se llama, o si tiene un maldito gato.. ¡Dios! Le arrancaría el teléfono de las manos solo para saber de una vez qué está escribiendo. El desagraciado está tan consumido y trasnochado que hasta ha olvidado echar el café en el vaso con el hielo que ahora se deshace al tiempo que mi paciencia se va agotando. No puedo más. Ni la música, ni el resto de la gente, ni el ruido de la t