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16.- El contrato.

Al levantar los párpados, intuí tu sombra en el espejo. Parecía que estabas empezándote a vestir. Supuse que esto iba así, pero no tenía la certeza. Así que encendí la luz, me miraste y entonces dijiste: Soy la típica chica de pies fríos. ¿Típica? No, no eras típica, pero no te lo dije. Me limité a desplegar mi mejor sonrisa al tiempo que me recostaba sobre la almohada. En realidad, estaba demasiado cansado para casi cualquier cosa. Mis sueños coincidían con la promesa de escribirte al día siguiente. Y es que no pude evitar jurártelo, deslumbrado por el brillo de las farolas en tu espalda. Aunque, en verdad, para entonces ya te había dicho tantas cosas que solo algunas se parecían algo a la verdad. Las posibilidades de empezar a conocerme eran inversamente proporcionales al tiempo que llegases a pasar conmigo. Así que me diste un beso ligero de esos que salen sin pensar, con la naturalidad preciosa de las seis de la mañana, y marchaste. No alcanzo a entender cómo alguien pudo tallar tu cálida piel en material tan frío.  Ahora es domingo por la tarde y no me queda ni una gota de cordura. Quizás por eso y aunque nuestro contrato no se ajustase a derecho, te dedico estas líneas sin acuse de recibo, esperando que no las devuelvas.

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