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40.- Hada.

Nunca apartaba la mirada de la tragaperras y solo dejaba la muleta de la que se servía para sostenerse cuando se quedaba sin monedas. No sé si dormía despierta o si algún día volvía a casa, pero jamás parecía cansada. Ostentaba unos ojos transparentes que tornaban verdes al observarlos sobre el fondo marino de sus córneas. A veces podías reflejarte en ellos sin que ella te viese y solía revolverse la boca con tragos de cordura. En verdad, me recordaba que valía la pena vivir incluso cuando afligen la amnesia y los incendios que corrompen las entrañas los viernes por la mañana. Un día debió ser hermosa como Brigitte Bardot logrando que el cigarro evitara consumirse por el solo anhelo de acariciar aquellos labios una vez más. Hoy he sabido que mi hada se suicidó en una cama del hotel Riscatto e imaginé al juez de instrucción calado hasta los huesos, iluminado por una amarillenta luz desgastada como las fuerzas de quien se tomó todo su trabajo en morir.

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