15 de febrero de 1993 y aún no ha vuelto a casa. Han pasado ya diez años desde aquel segundo que lo cambió todo. Ni un día sin tachar en el calendario, contemplando la destreza con la que la desolación esculpe estrías en los pacientes de decadencia. Diez años desde que salió corriendo, dejando la cama deshecha y dos poemas sobre la mesa. Nunca quise mirarlos, pero lo hice. La inquietud y la angustia me obligaron a leerlos por si podían ofrecerme alguna pista o algún motivo. Pero no hallé nada. Solo unas palabras sin valor alguno. No pude conocerle por lo que dejó escrito. Tampoco sé si se hubiese dejado conocer de otra manera. Pasaba las noches a solas en su cuarto y los días estudiando. Siempre tenía un libro bajo el brazo y la mirada en cualquier otra parte. En realidad, estaba orgullosa de que no fuese como el resto.
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