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30.- Ni de su padre.

Es una imagen recurrente, más tópico que realidad, la del jubilado de más de 75 exprimiendo el tedio previo al desenlace frente a una obra cualquiera. En aquel punto, la circunstancia es irrelevante. Nada importa si se trata de la remodelación de un parking o de la construcción de unos grandes almacenes. Lo esencial es que haya colosales excavadoras y un capataz curtido por las inclemencias meteorológicas dispuesto a aguantar las condescendientes indicaciones del jubileta de turno. Brío, brío, brío... Daaaale ahí.... Pero como ya dije, esto es más bien un estereotipo que no contemplo desde hace ya algún tiempo. Y no me incomoda. Al fin y al cabo, ese hobby me sale gratis. También es barata otra afición, mucho menos estudiada, pero más incrustada en el quehacer diario de nuestros mayores. Me refiero, cómo no, al acercarse a los pasos de cebra con la premisa de no cruzar bajo ningún concepto y el propósito de agitar la mano dando a entender que pases tú primero. Aunque no es imprescindible, la escena mejora ostensiblemente si el gesto se realiza con una cachaba, un periódico, una barra de pan o cualquier otro utensilio cilíndrico en lugar de manualmente. El asunto es que este suceso acontece una y otra vez en las vías urbanas, molestando por su cotidianidad a los conductores noveles que ven cómo, sin nada que poder hacer, les invade conforme se acercan la incertidumbre sobre si tirar o no. Y aquí el punto: Esto no es una mera afición barata. Es el síntoma de una generación precavida, sabedora de que los incidentes se pagan con víctimas que en el fondo son todas iguales. Mirar a izquierda y derecha, aunque unas gruesas líneas en el suelo te otorguen la razón, puede hacerte la vida (lo que sea que te quede de ella) más fácil. Recelar, insisto, de lo que no queda en muestra mano bajo el antiguo lema que invita a no fiarse ni del padre de uno. En efecto, no es que nuestros abuelos gusten de emular jocosamente a los guardias de tráfico. Es que quien no se fia ni de su padre mucho menos puede fiarse de Jonathan cuando voltea la esquina en su Opel Astra tuneado con la música a todo volumen y la gorra puesta hacia atrás.



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