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68.- Traviesas ligeras.

A 37 grados lentos, cuesta respirar dentro del vagón. Una vez en calma, los subtítulos de la pantalla, en esta cruzada por perder el miedo a las vidas encerradas. Y en el fondo tengo la sensación de haber estado haciendo el amor mientras escribía este mensaje difícil, cuando al compás de los rodajes, son las traviesas ligeras quienes bailan a escondidas sobre los raíles.

67.- Fiebre.

Fiebre de revolcones, pudor de sentirnos de verás al abrirnos las venas entre caricias y sábanas viejas. Los zapatos del pasado, tacón en dirección al cielo de esta madrugada para borrar los pasos que mis cuarenta y dos y medio esconden bajo las suelas. Imprevisto como un corcho prensado al brindar por su fuga, los motivos riman con las ganas de dejarte boquiabierta, y otra vez del revés, bailando al compás que naufraga en tus besos del acorde mi bemol mayor, da capo, una vez que acaban.

66.- Lost enamorados.

A placer,  sírvete de las palabras de mi boca, de amenazas por encerrar  nubes negras de tu voz  a punto de volver a las aguas derramándose entre los dedos. Y tu mirada imprevista se encogería los tímpanos al verme huir así para poder dejar la misma piel atrás. Correr y correr por mil ríos, y esconder pesadillas a domicilio en corsés de lencería, cuando suenan orquestas vacías al compás que desdibuja, sin remordimientos ni disculpas, los besos suicidas de lost enamorados.

65.- Coronas contaminadas.

En este sindiós, las coronas de princesa están contaminadas. Sin perro que me ladre, remedio a cambio de lágrimas  que no se ven en la distancia. Me salgo al balcón, pero está lleno. Tan complejo estar en guerra, que mi amor fluye y se conecta por Hangouts. Salvación, a veces,  por belleza. Otras, por desesperación. Al quedarme atrás, suenan sirenas. Cómo quisiera no despertar jamás  de este poema.

64.- Piensa en otra cosa.

Cuando vayan a rendirse las gotas de arena a la playa desierta, piensa en otra cosa. Pueden huir en las aguas deshechas, cayendo en picado los rayos de espaldas a la marea. Mientras, en la parte de atrás, esquivando las baldosas al andar, quedan días de verano todavía. Piensa en otra cosa cuando quieras beberte la piel del mar, discretamente mullida y tersa, de uno solo, pero esquivo, trago demasiado largo.

63.- Transparente.

Tal vez señor del aburrimiento, o sabio guardián del silencio. Ni transparente, ni ciego para interpretar eso que no se escucha, desde que las bocas hablan en mi nombre de viejas heridas. La respiración hecha,  echada está afuera del pulmón, ahora que los timbales de mi última oración reclaman el sentimiento profundo de mí en tu interior. Habrá que apostar todo lo demás al cinco y medio. En fin, es lo último que manifiesto, una proclama cobarde, desde que te quiero pero,  todavía no.

62.- A pesar de esto.

Primero frente al mar y buena luz para los restos de aprehensión y libertad. Siento que ya no me acuerdo. Cuando pienses en mí de verdad, cose un poema que no valga nada y guárdalo entre la nubosidad  de los retazos que son palabras. Ni dos versos tras afinar  el sonido al detenerse el tiempo, que solo escuché una vez, cuando fui feliz, a pesar de esto.

61.- Algo pendiente.

Líneas de ti por el suelo, y una nube de aire de mi habitación que nos sobrevuela a los dos. Es una cuenta pendiente, sabes lo que quiero decir. Tengo miedo a parar y quedarme frío. Por si te vas de viaje de siesta por la ladera de la Luna llena, recuerda que tenemos algo pendiente. Aunque te olvides del polvo suspenso  y paciente, kamikaze de la luz valiente que se siente al trasluz de nuestras pupilas dilatadas, tendremos algo pendiente. Tu piel de arena desierta marcada por el color de la marea. Tu voz y un descosido de mensajes en clave. Utilízame para ese baile suave que está pendiente. Quizás sea otro, de nuevo en otros charcos, entre películas baldías o colocados,  pero aguantaremos la respiración y detendremos los jueves,  desde enero hasta diciembre, tragando el deseo que se corona en tu nombre, olvidando los tickets de aquello que aún nos queda pendiente.

60.- Alzheimer impreciso.

A punto de faltarnos el tiempo para aprender de dónde venimos  y por qué somos. Los nervios a flor de piel desmantelan el bullicio de la gente, como una luz cegadora en el cielo que de pronto el alma devora. Y solo quieres marcharte,  sin razón para seguir viviendo. Era cada día así. Sin ser grandes, nos sosteníamos queriéndonos hasta reventar. Luego cambian los padres y quedan en el viaje los abrazos por lecciones, ansiolíticos, ferrocarril, y un Alzheimer impreciso del que, cuando despiertas, ya no estás aquí. Aunque nunca hablo de mí, gracias por haberme esperado, cantando “cielito lindo”, desde Ávila  hasta Valladolid,  para alegrarnos los corazones.

59.- Invierno.

Tarde de Nochebuena y no se quedarán a dormir. Aterrizan las cifras subversivas  que no sorprenden volviendo a las andadas. Al fondo, la mesa puesta  cada vez recibe menos platos. Aunque no fuera el trato, quizás haya sido un buen año de grises y claros, y heroínas venidas a menos. Clave en dos palabras de mensaje que justifica el permiso de estar lejos. A salvo de cruzarnos de paso, la dialéctica lenta que tiembla contra el espejo, se ejercita con el leve encierro  de todo lo que hace años era mío. Sentimientos de otro invierno, nos queremos entre charcos y oxidamos elementos complicados. ‘Feliz Navidad’.

58.- Entre vistas.

Dime si “probablemente” es demasiado real    para servirnos de este ratito detrás de la tinta que ensucia los viajes de vuelta que no llegarán. Contando las medidas que se pudieron tomar antes de perdernos de vista entre vistas vacías con algunos señores horribles. Enganchados al desastre de seguir el camino al borde de tres corcheas, dos silencios y un ratito contigo. Para de golpe este ataque de corazón y olvídate de la prosa que se escribe en verso, pues solo fuimos unos más de esos que juegan a esculpir la piedra con dedos de manos amnésicas que jamás echan de menos.

57.- 27 y medio.

Comienza la semana de pecadores. Sin salir de la parroquia, nos olemos los deseos, contamos historias y reímos lento. Al elevar los vasos, subimos el volumen de los sueños y llegamos a pensar  que no hay destino sin incendios. Dos anécdotas nuevas que contar, un beso menos que te debo. La vida nunca ha sido más  que el mismo lomo de un libro abierto. Los errores vienen y van, entre mis páginas me enredo. Yo sigo amarrado aquí, a las 3:23 de mis 27 y medio.

56.- Tragos y velas.

Es tarde para acelerar, la vanidad y las entretelas se enredan entre nosotros y olemos el miedo a volar. Cuatro versos sin rimar que leer contra agobios. Tu jersey de punto a juego con mi profesión y mis demonios. ¿Por qué no puedes dormir aquí? Porque sin mí estás entera. ¿Olvidamos lo que alcanzamos? Cuando perdemos lo que tuvimos y solo queda soplar las velas.

55.- Libretas en guardia.

En mi tienda de campaña hay una mesilla de noche con libretas en guardia para las tardes de dolores. Van sin rumbo los pesares y yo agoto las mejillas. No tengo prisa por llamarte ahora que tu voz no se escucha. Ni debajo de la cama,  ni detrás de las cortinas.

54.- La mar es serena.

Jamás le había gustado la playa pero hubiese hecho cualquier cosa por esa chica, así que se anudó su viejo bañador de finos trazos verticales. Eran de un color turquesa opaco que, sobre vaivén de las aguas, le otorgaban ese toque refinado que caracteriza a aquellos que prefieren el cloro de las piscinas. Echó mano de su toalla, se calzó sus chanclas a juego y, para cuando quiso darse cuenta, allí estaba, con la mirada perdida y las manos en los bolsillos, escuchando como ya nadie escucha el sonido de las olas abrazando el silencio. De pronto, su sosiego se rompió al grito de "mira qué algas más raras" . En efecto, el destino les había obsequiado con un puñado de manchas verdes, de esas que a menudo se te enredan en los tobillos, yaciendo sobre el cremoso espesor de la arena mojada y dispuestas de tal manera que  parecía poder leerse 'la mar es serena' .  Se despertó aturdido en el lado equivocado de la cama, buscó el sol bajo la almohada y volvió a cerrar los ojos....

53.- Cuando sufres.

Te sortean y te aburren. Te rompen y se estiran sobre el sofá. Sola, así te alejas del lumpen. Luces la hora de la verdad por Chamberí, y en Instagram cuando sufres. Se caen para ti las plazas, entre sonrisas proyectadas que no puedes cambiar. Y están ya viejas. A la sombra de Las Ventas, todo lo que tuve rima ahora por ahí. En duelo sobre el colchón te encomiendas y te encoges. Te deshaces y se escribe este poema sin dolor. Es jornada de boicot y reflexión, se queman los balances confundiendo con nubes el azúcar de algodón. Y lo que quieres con lo que perdonas. Sangre y café. Da igual si sabes que soy desprevenido. De mí no hay mucho que hablar, como un paisaje salpicado por el último verano de septiembre. A esta parte desde un tiempo, los años solo corren en un sentido. Van siempre detrás por si tropiezo mientras camino despacio para olvidarme.

52.- Mis planes.

Como una cárcel frente al mar, tu latido en el mío. El resplandor, sin motivos, de la verdad ataviada en cadenas, que se clava por no rozar cual lunar rojizo sobre mis venas. Y ahora querrás saber si es la estela de un cometa este poema. Mojarme los labios con él son mis planes, hasta que vuelva a desaparecer o retorne mañana aquel lunes por la tarde.

51.- Profe nueva en la ciudad.

Llega una profe nueva a la ciudad, creo no conoce a nadie. Verlos venir de lejos  le toma bastante ya. Sin billete de huida, las pestañas en el ángulo preciso. Luchando por derecho en el trecho que media  entre sus treinta y cinco y los cuarenta. Tez pálida y placa que amenaza  la seguridad de los testigos que son padres y niños evacuados después del sexto mes. Y mientras ella se queda con posibilidades infinitas, impresionista fantasma  de extraños colores, escudriñando el mundo desde la distancia.

50.- El último poema.

Profesoras dependientas atentas a la entrepierna, cuando dicen su nombre, mienten de veras. Nunca te esperan si no pasas del uno ochenta. No aliviará tu mirada jamás sus solateras. Saben dónde estarán las palomas mensajeras —sin salir de casa— que se tornan espectadoras curiosas de la tormenta. Desde al lado a observarte, cómo no van a cansarse de cuidarte el ciego que lleva mes y medio tratando de deshacer el entuerto, y que es ahora juez y parte  del último poema que, sin quererlo, he perpetrado.

49.- Un proyecto de futuro.

Se habían detenido las nubes del cielo, derrapando al doblez de estelas de algunos aviones, a descifrar  desde afuera el sonido de sus pasos contra los pulidos baldosines que  con esmero alguno habría puesto antes a sus pies. No hacía ni calor ni otra cosa, pero el volumen de su compra no era suficiente como para requerir del empaque de un carrito forjado en plástico. Quizás por eso, la anodina cajera del Mercadona había decidido emplumarle una de esas bolsas de papel, en las que parece que todo se va a ir pronto al garete para hilaridad insidiosa de aquellos que no fueron apabullados por la elocuencia fingida de la empleada. El caso es que caminaba insegura hacia la puerta, automática claro, esperando que aquella detectase su alma y se apartase consecuentemente a su paso. Ciertamente, estaba cansada. Le gustaba dormir hasta la hora de comer y sentía una felicidad profunda al concentrarse en su propia respiración tendida sobre la cama. Día tras día, la vida había hecho mella...

47.- Todo irá bien.

A la salida, las lágrimas por disimular la estela de gotas al canto de tu boca. Las ventanas mojadas, censurando a la clientela, me invitan a entrar para mudar de freguesia , como una orden de desahucio o alguna puerta entreabierta. Yo que sentía que apenas o todavía, se habrían acabado las madrugadas de amnesia persiguiendo agua de luna, mientras el sol levanta las persianas. Y, creo, van sesenta y seis desde que perdí la suma. Dicen que después todo irá bien. Mira, que no sé que si son más de diez, te llevas o dejas una.

46.- Dios ha muerto.

“Dios ha muerto. Te lo digo en serio, Dios ha muerto.”   Allí estaba yo, empinando el codo con mis compadres. Haciendo lo que de un tiempo a esta parte estilamos hacer cuando a alguno le resulta exitoso un negocio.   “¿Le lleno la copa, señor? " y, como si a esa hora —y en ese estado — aún pudiese pasar por uno, asentí con la paciencia y la conformidad propias del que acepta un regalo para no parecer descortés. En aquellos momentos, me distraía pensando en el tiempo que hacía ya desde que no veía a mi amigo de omnipotente apodo, Dios . Quizás el mote le venía algo grande al infeliz, pero desde la barrera resultaba inevitable concederle un crédito menor. Me enorgullecía saber que un día llegué a tener el número de teléfono de Dios y, no es que yo soliese confesarme, sino porque era un placer disponer de su cuerpo presente a modo de testigo de cargos al instante retirados para todos y cada uno de mis pecados. “ Absolución al cabrón ” decía, el poeta de los cojones... ...

45.- Aquel hombre delgado como cada noche.

Aquel hombre delgado se dirigía, como cada noche, al salón de juego situado en el cruce de las avenidas Russell con Woodland. Caminaba deprisa, cabizbajo, quizás agotado por un tenue destello de esperanza visionado en rojo y negro. Llegó por fin al principio de su arrepentimiento y, obviando a esos dos gorilas que custodiaban la puerta, se sumió en su mundo. No podía dudar, ni elegir, si aprehender la posibilidad de entrar o no hacerlo. No reparó jamás en aquellos borrachos con corbata amantes de la pequeña rueda, ni en el avispado croupier que escondía fichas en el bolsillo derecho de su chaleco. Cambió placas por valor de 200$, avanzó hacia a la mesa número cinco situada al fondo derecho del salón y jugó. Y volvió a jugar. Y regaló sonrisas y carcajadas —hilaridad, en general — acompañadas a veces de cierta lástima por quien basa su futuro en lamentar lo hecho. Pero a quien le importe, que no juegue. Y sin embargo, él lo hizo de tal forma que...

44.- Cuando todo era más posible.

Otra tarde de domingo, después de estudiarme lentamente, enfrento la hoja en blanco. Mientras, las horas pasan de largo y yo sigo pensando que de un tiempo a esta parte nada original me ha pasado. No sabía qué escribir y, cuando todo era más posible, me preguntaste si escribía todavía: que el azar virase hacia otro lado, o que en la arena brotaran flores, que la Luna esta noche no me siga, o que los recuerdos se olvidasen con tan solo preguntar ¿Qué tal te va esa vida?