Ir al contenido principal

Entradas

60.- Alzheimer impreciso.

A punto de faltarnos el tiempo para aprender de dónde venimos  y por qué somos. Los nervios a flor de piel desmantelan el bullicio de la gente, como una luz cegadora en el cielo que de pronto el alma devora. Y solo quieres marcharte,  sin razón para seguir viviendo. Era cada día así. Sin ser grandes, nos sosteníamos queriéndonos hasta reventar. Luego cambian los padres y quedan en el viaje los abrazos por lecciones, ansiolíticos, ferrocarril, y un Alzheimer impreciso del que, cuando despiertas, ya no estás aquí. Aunque nunca hablo de mí, gracias por haberme esperado, cantando “cielito lindo”, desde Ávila  hasta Valladolid,  para alegrarnos los corazones.

59.- Invierno.

Tarde de Nochebuena y no se quedarán a dormir. Aterrizan las cifras subversivas  que no sorprenden volviendo a las andadas. Al fondo, la mesa puesta  cada vez recibe menos platos. Aunque no fuera el trato, quizás haya sido un buen año de grises y claros, y heroínas venidas a menos. Clave en dos palabras de mensaje que justifica el permiso de estar lejos. A salvo de cruzarnos de paso, la dialéctica lenta que tiembla contra el espejo, se ejercita con el leve encierro  de todo lo que hace años era mío. Sentimientos de otro invierno, nos queremos entre charcos y oxidamos elementos complicados. ‘Feliz Navidad’.

58.- Entre vistas.

Dime si “probablemente” es demasiado real    para servirnos de este ratito detrás de la tinta que ensucia los viajes de vuelta que no llegarán. Contando las medidas que se pudieron tomar antes de perdernos de vista entre vistas vacías con algunos señores horribles. Enganchados al desastre de seguir el camino al borde de tres corcheas, dos silencios y un ratito contigo. Para de golpe este ataque de corazón y olvídate de la prosa que se escribe en verso, pues solo fuimos unos más de esos que juegan a esculpir la piedra con dedos de manos amnésicas que jamás echan de menos.

57.- 27 y medio.

Comienza la semana de pecadores. Sin salir de la parroquia, nos olemos los deseos, contamos historias y reímos lento. Al elevar los vasos, subimos el volumen de los sueños y llegamos a pensar  que no hay destino sin incendios. Dos anécdotas nuevas que contar, un beso menos que te debo. La vida nunca ha sido más  que el mismo lomo de un libro abierto. Los errores vienen y van, entre mis páginas me enredo. Yo sigo amarrado aquí, a las 3:23 de mis 27 y medio.

56.- Tragos y velas.

Es tarde para acelerar, la vanidad y las entretelas se enredan entre nosotros y olemos el miedo a volar. Cuatro versos sin rimar que leer contra agobios. Tu jersey de punto a juego con mi profesión y mis demonios. ¿Por qué no puedes dormir aquí? Porque sin mí estás entera. ¿Olvidamos lo que alcanzamos? Cuando perdemos lo que tuvimos y solo queda soplar las velas.

55.- Libretas en guardia.

En mi tienda de campaña hay una mesilla de noche con libretas en guardia para las tardes de dolores. Van sin rumbo los pesares y yo agoto las mejillas. No tengo prisa por llamarte ahora que tu voz no se escucha. Ni debajo de la cama,  ni detrás de las cortinas.

54.- La mar es serena.

Jamás le había gustado la playa pero hubiese hecho cualquier cosa por esa chica, así que se anudó su viejo bañador de finos trazos verticales. Eran de un color turquesa opaco que, sobre vaivén de las aguas, le otorgaban ese toque refinado que caracteriza a aquellos que prefieren el cloro de las piscinas. Echó mano de su toalla, se calzó sus chanclas a juego y, para cuando quiso darse cuenta, allí estaba, con la mirada perdida y las manos en los bolsillos, escuchando como ya nadie escucha el sonido de las olas abrazando el silencio. De pronto, su sosiego se rompió al grito de "mira qué algas más raras" . En efecto, el destino les había obsequiado con un puñado de manchas verdes, de esas que a menudo se te enredan en los tobillos, yaciendo sobre el cremoso espesor de la arena mojada y dispuestas de tal manera que  parecía poder leerse 'la mar es serena' .  Se despertó aturdido en el lado equivocado de la cama, buscó el sol bajo la almohada y volvió a cerrar los ojos....

53.- Cuando sufres.

Te sortean y te aburren. Te rompen y se estiran sobre el sofá. Sola, así te alejas del lumpen. Luces la hora de la verdad por Chamberí, y en Instagram cuando sufres. Se caen para ti las plazas, entre sonrisas proyectadas que no puedes cambiar. Y están ya viejas. A la sombra de Las Ventas, todo lo que tuve rima ahora por ahí. En duelo sobre el colchón te encomiendas y te encoges. Te deshaces y se escribe este poema sin dolor. Es jornada de boicot y reflexión, se queman los balances confundiendo con nubes el azúcar de algodón. Y lo que quieres con lo que perdonas. Sangre y café. Da igual si sabes que soy desprevenido. De mí no hay mucho que hablar, como un paisaje salpicado por el último verano de septiembre. A esta parte desde un tiempo, los años solo corren en un sentido. Van siempre detrás por si tropiezo mientras camino despacio para olvidarme.

52.- Mis planes.

Como una cárcel frente al mar, tu latido en el mío. El resplandor, sin motivos, de la verdad ataviada en cadenas, que se clava por no rozar cual lunar rojizo sobre mis venas. Y ahora querrás saber si es la estela de un cometa este poema. Mojarme los labios con él son mis planes, hasta que vuelva a desaparecer o retorne mañana aquel lunes por la tarde.

51.- Profe nueva en la ciudad.

Llega una profe nueva a la ciudad, creo no conoce a nadie. Verlos venir de lejos  le toma bastante ya. Sin billete de huida, las pestañas en el ángulo preciso. Luchando por derecho en el trecho que media  entre sus treinta y cinco y los cuarenta. Tez pálida y placa que amenaza  la seguridad de los testigos que son padres y niños evacuados después del sexto mes. Y mientras ella se queda con posibilidades infinitas, impresionista fantasma  de extraños colores, escudriñando el mundo desde la distancia.

50.- El último poema.

Profesoras dependientas atentas a la entrepierna, cuando dicen su nombre, mienten de veras. Nunca te esperan si no pasas del uno ochenta. No aliviará tu mirada jamás sus solateras. Saben dónde estarán las palomas mensajeras —sin salir de casa— que se tornan espectadoras curiosas de la tormenta. Desde al lado a observarte, cómo no van a cansarse de cuidarte el ciego que lleva mes y medio tratando de deshacer el entuerto, y que es ahora juez y parte  del último poema que, sin quererlo, he perpetrado.

49.- Un proyecto de futuro.

Se habían detenido las nubes del cielo, derrapando al doblez de estelas de algunos aviones, a descifrar  desde afuera el sonido de sus pasos contra los pulidos baldosines que  con esmero alguno habría puesto antes a sus pies. No hacía ni calor ni otra cosa, pero el volumen de su compra no era suficiente como para requerir del empaque de un carrito forjado en plástico. Quizás por eso, la anodina cajera del Mercadona había decidido emplumarle una de esas bolsas de papel, en las que parece que todo se va a ir pronto al garete para hilaridad insidiosa de aquellos que no fueron apabullados por la elocuencia fingida de la empleada. El caso es que caminaba insegura hacia la puerta, automática claro, esperando que aquella detectase su alma y se apartase consecuentemente a su paso. Ciertamente, estaba cansada. Le gustaba dormir hasta la hora de comer y sentía una felicidad profunda al concentrarse en su propia respiración tendida sobre la cama. Día tras día, la vida había hecho mella...

47.- Todo irá bien.

A la salida, las lágrimas por disimular la estela de gotas al canto de tu boca. Las ventanas mojadas, censurando a la clientela, me invitan a entrar para mudar de freguesia , como una orden de desahucio o alguna puerta entreabierta. Yo que sentía que apenas o todavía, se habrían acabado las madrugadas de amnesia persiguiendo agua de luna, mientras el sol levanta las persianas. Y, creo, van sesenta y seis desde que perdí la suma. Dicen que después todo irá bien. Mira, que no sé que si son más de diez, te llevas o dejas una.

46.- Dios ha muerto.

“Dios ha muerto. Te lo digo en serio, Dios ha muerto.”   Allí estaba yo, empinando el codo con mis compadres. Haciendo lo que de un tiempo a esta parte estilamos hacer cuando a alguno le resulta exitoso un negocio.   “¿Le lleno la copa, señor? " y, como si a esa hora —y en ese estado — aún pudiese pasar por uno, asentí con la paciencia y la conformidad propias del que acepta un regalo para no parecer descortés. En aquellos momentos, me distraía pensando en el tiempo que hacía ya desde que no veía a mi amigo de omnipotente apodo, Dios . Quizás el mote le venía algo grande al infeliz, pero desde la barrera resultaba inevitable concederle un crédito menor. Me enorgullecía saber que un día llegué a tener el número de teléfono de Dios y, no es que yo soliese confesarme, sino porque era un placer disponer de su cuerpo presente a modo de testigo de cargos al instante retirados para todos y cada uno de mis pecados. “ Absolución al cabrón ” decía, el poeta de los cojones... ...

45.- Aquel hombre delgado como cada noche.

Aquel hombre delgado se dirigía, como cada noche, al salón de juego situado en el cruce de las avenidas Russell con Woodland. Caminaba deprisa, cabizbajo, quizás agotado por un tenue destello de esperanza visionado en rojo y negro. Llegó por fin al principio de su arrepentimiento y, obviando a esos dos gorilas que custodiaban la puerta, se sumió en su mundo. No podía dudar, ni elegir, si aprehender la posibilidad de entrar o no hacerlo. No reparó jamás en aquellos borrachos con corbata amantes de la pequeña rueda, ni en el avispado croupier que escondía fichas en el bolsillo derecho de su chaleco. Cambió placas por valor de 200$, avanzó hacia a la mesa número cinco situada al fondo derecho del salón y jugó. Y volvió a jugar. Y regaló sonrisas y carcajadas —hilaridad, en general — acompañadas a veces de cierta lástima por quien basa su futuro en lamentar lo hecho. Pero a quien le importe, que no juegue. Y sin embargo, él lo hizo de tal forma que...

44.- Cuando todo era más posible.

Otra tarde de domingo, después de estudiarme lentamente, enfrento la hoja en blanco. Mientras, las horas pasan de largo y yo sigo pensando que de un tiempo a esta parte nada original me ha pasado. No sabía qué escribir y, cuando todo era más posible, me preguntaste si escribía todavía: que el azar virase hacia otro lado, o que en la arena brotaran flores, que la Luna esta noche no me siga, o que los recuerdos se olvidasen con tan solo preguntar ¿Qué tal te va esa vida?

43.- Te debo otro poema.

Al llegar la costumbre, tendido al final del día apartado del tedio y la rutina, eso que subsume en lo demás  dirige, al amparo de la verdad con palabras que queman, a todos los que conceden, como causa perdida que, ciertamente, te debía otro poema.

42.- Dentro.

Una gota de lluvia, conocedora de la ceremonia paisajística escondida en cada mirada, me transporta, sin quererlo, a un mundo antes irredento. Lleno de esperanzas e ilusiones, porto la pena en el bolsillo secreto de estas, mis palabras gastadas... -¿Aquí? -No, sino aquí . Dentro.

41.- De esta manera.

Parados y camareras acariciando el éxito, arrancándose la envidia con ira desmedida de sed inagotable. Y yo de esta manera, solo quiero que me liberes de esta, barra gastada. ¿Te vale con mi amor o tendré que hacerme el simpático? Soy un paisaje de lunes cerrado, con el periódico al aire, aunque te olvides. No soy un cabrón, tan solo me cuesta a veces decir que no. Sálvame si te vale con mis pasos por el medio de la calle. Supongo que esta vez no me dejo creer aunque ya lo dije y no quiero seguir más el recorrido. No sé parar ni quedarme frío, por rendición del sol a sol y dos desastres por quedarme un rato a solas conmigo. Un asiento vacío y una oportunidad para la noche que me toca librar. ¿Quién me araña cuando no puedo más? Una calada fugaz que viene a por mí y, en la cama, otro viaje. Ya me entiendes, aunque no me conozcas, pues pasé por aquí con mis pensamientos y puede que, quizás, alguno quedase varado en la vereda de tu recuerdo. 

40.- Hada.

Nunca apartaba la mirada de la tragaperras y solo dejaba la muleta de la que se servía para sostenerse cuando se quedaba sin monedas. No sé si dormía despierta o si algún día volvía a casa, pero jamás parecía cansada. Ostentaba unos ojos transparentes que tornaban verdes al observarlos sobre el fondo marino de sus córneas. A veces podías reflejarte en ellos sin que ella te viese y solía revolverse la boca con tragos de cordura. En verdad, me recordaba que valía la pena vivir incluso cuando afligen la amnesia y los incendios que corrompen las entrañas los viernes por la mañana. Un día debió ser hermosa como Brigitte Bardot logrando que el cigarro evitara consumirse por el solo anhelo de acariciar aquellos labios una vez más. Hoy he sabido que mi hada se suicidó en una cama del hotel Riscatto e imaginé al juez de instrucción calado hasta los huesos, iluminado por una amarillenta luz desgastada como las fuerzas de quien se tomó todo su trabajo en morir.

38.- Poema que será poesía si deseas.

Llamé un tren que me trae de vuelta a un lugar donde nunca estuve para descubrir que si hubiese sido aquel, ahora no sería nada y tú no tendrías nada que leer. Mentiras y promesas que te enseñan que la madre solo es prestada. No te dan la vida, ni es la vida la que se acaba. Palabras que son poemas porque tú lo deseas y poetas dormidos que sin escribir jamás se quedan.  Cuatro estrofas sin versos y tú sonríes al creer que los versos son a la estrofa como las semanas al mes. Una sonrisa cómplice que se deshace al esperar otra más y comprobar que, sin embargo y con esta, al final solo serán tres.

37.- La prisión del pensamiento.

Guarda la luz bajo el brazo que apuntó a la cara de la desesperación. Sus labios sellados caminan de la mano rumbo a un lugar sin dueño. Rumbo, quizás, a ninguna parte. Describe melodías con acento extraño. Anota insensateces en su libreta roja. Cabalga abrumado pensando en la prisión del pensamiento: razón y sentimiento, para abandonar las dos y reír. Si no hay nada, nada tiene que decir.

36.- Diez años (II).

Se ve que la quitanieves no ha podido con toda esa masa blanca convertida puramente en un objeto de resistencia mayúscula. Agregado un viento sobrecogedor al temporal, parece que los copos caen hacia arriba cuando se miran al contraste sobre la oscuridad de la noche. Los focos de mi coche a penas alcanzan unos metros más allá del lugar donde estoy varado después de que, tras deslizar sobre un manto de hielo, impactase contra el guardarraíl. Las luces de emergencia parpadean agobiantes y mantengo viva la esperanza de que algún vehículo se detenga para recogerme y llevarme al albergue más cercano. Aunque improbable, me recordaba a esos sujetos atrapados en el enjambre del tráfico los viernes al salir del tajo. Mas yo estoy solo. Igual de solo que ellos pero, en verdad, solo de veras. Con más de nueve mil días en mi haber y una docena de señeros para el recuerdo. Estaba mirando el indicador del nivel de gasolina cuando, de pronto, observo cómo brotan dos luceros de un tono cobrizo en el...