Profesoras dependientas atentas a la entrepierna, cuando dicen su nombre, mienten de veras. Nunca te esperan si no pasas del uno ochenta. No aliviará tu mirada jamás sus solateras. Saben dónde estarán las palomas mensajeras —sin salir de casa— que se tornan espectadoras curiosas de la tormenta. Desde al lado a observarte, cómo no van a cansarse de cuidarte el ciego que lleva mes y medio tratando de deshacer el entuerto, y que es ahora juez y parte del último poema que, sin quererlo, he perpetrado.