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Mostrando entradas de mayo, 2019

46.- Dios ha muerto.

“Dios ha muerto. Te lo digo en serio, Dios ha muerto.”   Allí estaba yo, empinando el codo con mis compadres. Haciendo lo que de un tiempo a esta parte estilamos hacer cuando a alguno le resulta exitoso un negocio.   “¿Le lleno la copa, señor? " y, como si a esa hora —y en ese estado — aún pudiese pasar por uno, asentí con la paciencia y la conformidad propias del que acepta un regalo para no parecer descortés. En aquellos momentos, me distraía pensando en el tiempo que hacía ya desde que no veía a mi amigo de omnipotente apodo, Dios . Quizás el mote le venía algo grande al infeliz, pero desde la barrera resultaba inevitable concederle un crédito menor. Me enorgullecía saber que un día llegué a tener el número de teléfono de Dios y, no es que yo soliese confesarme, sino porque era un placer disponer de su cuerpo presente a modo de testigo de cargos al instante retirados para todos y cada uno de mis pecados. “ Absolución al cabrón ” decía, el poeta de los cojones... Dio

45.- Aquel hombre delgado como cada noche.

Aquel hombre delgado se dirigía, como cada noche, al salón de juego situado en el cruce de las avenidas Russell con Woodland. Caminaba deprisa, cabizbajo, quizás agotado por un tenue destello de esperanza visionado en rojo y negro. Llegó por fin al principio de su arrepentimiento y, obviando a esos dos gorilas que custodiaban la puerta, se sumió en su mundo. No podía dudar, ni elegir, si aprehender la posibilidad de entrar o no hacerlo. No reparó jamás en aquellos borrachos con corbata amantes de la pequeña rueda, ni en el avispado croupier que escondía fichas en el bolsillo derecho de su chaleco. Cambió placas por valor de 200$, avanzó hacia a la mesa número cinco situada al fondo derecho del salón y jugó. Y volvió a jugar. Y regaló sonrisas y carcajadas —hilaridad, en general — acompañadas a veces de cierta lástima por quien basa su futuro en lamentar lo hecho. Pero a quien le importe, que no juegue. Y sin embargo, él lo hizo de tal forma que no tardó más de tres manos en hu

44.- Cuando todo era más posible.

Otra tarde de domingo, después de estudiarme lentamente, enfrento la hoja en blanco. Mientras, las horas pasan de largo y yo sigo pensando que de un tiempo a esta parte nada original me ha pasado. No sabía qué escribir y, cuando todo era más posible, me preguntaste si escribía todavía: que el azar virase hacia otro lado, o que en la arena brotaran flores, que la Luna esta noche no me siga, o que los recuerdos se olvidasen con tan solo preguntar ¿Qué tal te va esa vida?

43.- Te debo otro poema.

Al llegar la costumbre, tendido al final del día apartado del tedio y la rutina, eso que subsume en lo demás  dirige, al amparo de la verdad con palabras que queman, a todos los que conceden, como causa perdida que, ciertamente, te debía otro poema.