No se trata de un mecanismo aprehendido el acercar la nariz a la taza de café justo unos instantes antes de sorber sus primeras gotas. Es más bien un acto de romántico sentimentalismo que he ido desarrollando café a café y que me transporta, durante unos segundos, a unos minutos completamente diferentes que recorren un lugar donde todo marcha más tranquilo, más despacio. Puede ser calificado como mi particular reducto de heroísmo, como el instinto carnívoro del depredador que se sabe ya vencido. Y es que hace tiempo que perdimos la batalla de la prisa cuando, a cambio, podemos comprar sacos de café en tan solo un segundo. No se trata, por tanto, de revitalizarme sino de mitigar la derrota. Endulzar el café, observar sus colores, que nunca son los mismos, y los arabescos de las últimas lágrimas que la cafetera me regala mientras pienso “no es por el puto café, es por todo lo demás” . Pido al lector que fusione los conceptos de educación y de café para, a continuación, releer e