A punto de faltarnos el tiempo para aprender de dónde venimos y por qué somos. Los nervios a flor de piel desmantelan el bullicio de la gente, como una luz cegadora en el cielo que de pronto el alma devora. Y solo quieres marcharte, sin razón para seguir viviendo. Era cada día así. Sin ser grandes, nos sosteníamos queriéndonos hasta reventar. Luego cambian los padres y quedan en el viaje los abrazos por lecciones, ansiolíticos, ferrocarril, y un Alzheimer impreciso del que, cuando despiertas, ya no estás aquí. Aunque nunca hablo de mí, gracias por haberme esperado, cantando “cielito lindo”, desde Ávila hasta Valladolid, para alegrarnos los corazones.