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18.- El jugador moderno.

Esta mañana me levanté sin dar un trago. No es un domingo cualquiera, es el día de las emociones divididas. El sufrimiento macabro y la angustia prestada de las gentes que se preguntan si ganará el Madrid más crepuscular al Barça de esta misma tarde. Yo, que tengo en la guantera de mi memoria el revólver cargado con Enantyum para el dolor, empujo ladera arriba a Sísifo por las caderas y aprovecho, entre tanto, para tocarle el culo sin que se dé cuenta. El caso es que, frente al televisor, suena el silbato, y sentado me siento vacío. Sin apenas necesidad, echo mano en el recuerdo de las palabras ganadas en otra época. Miro el número de mi tarjeta de crédito y arrojo lo que me queda de esperanza en un importe de tres cifras. El césped se corta y yo me quedo anclado a Codere, Sportium y WilliamHill, prendido por esta piel inerte de cicatrices sutiles e invisibles puntos de sutura. !Gol del puto enano! Parece que resucito para gritar a la pantalla. Las cuotas rezuman ilusión y yo, jugador moderno, vendo en corto mi rendición. Ingenua avería la mía que ya no he de remediar. Solo otras tres cifras y un poco de fortuna ocultarían esta querencia que me devora. Abrazo un viejo cojín y pongo cara de circunstancias. El viento cruje afuera mientras mis uñas esculpen los segundos. Minuto 83 y esto no endereza. ¿Necesitaba el dinero para algo mejor? Me está devolviendo la vida ver cómo la Visa enmienda esta soledad. Fin de partido y nada más. La pena, el silencio y la redención en las cosas pequeñas, con la conciencia intranquila aunque nadie la esté investigando. Algo que me tira de la manga resulta ser mi hijo de ocho años. Estremecido por la victoria de su equipo, aún no sabe que la semana que viene no habrá luz en casa.

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