Parece que los años han conseguido infectar de tedio mi forma de pasar por las celebraciones propias de estas fechas. Los regalos bajo el árbol, las largas noches en vela, la visita de los parientes que viven fuera y un largo etcétera, se han tornado en un blancuzco sobre con dinero, una cuenta atrás hasta la hora de dormir y el eterno debate sobre la disposición en la mesa. “Otra vez al lado de la abuela, ¡no!”, “¿alguien ha visto mis pastillas?”, “contad las uvas no sea que falten” . Supongo que algo de esto tiene que ver con el hacerse mayor. Los dolores aparecen y la rutina te invade, al tiempo que la conciencia se diluye o te atormenta. Y cuando te quieres dar cuenta, como si de un relámpago se tratase, las navidades del año siguiente te arroyan tocando el claxon: “¡Quita del medio, pasmao!” Así, gusto de amortiguar la resaca navideña con pequeñas costumbres, entre las que destaca la del café y el pincho de tortilla matutinos. Esos minutos en los que el tiempo parece deteners