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11.- Diario de un seductor.

  Si bien creo firmemente que los conceptos tienden a diluirse en la semántica, no es menos cierto que, a menudo, considero también que uno puede recuperar determinadas ideas a partir de la etimología de las palabras. Ocurre, por ejemplo, que nos encontramos con una continua degeneración de un noción tan densa, peligrosa y atractiva como es la de seducir. Así, en origen el verbo latino significaba apartar a alguien del camino que este llevaba, presuponiendo que, ineludiblemente, para ser seducido, uno ha de llevar un rumbo definido.

  En Diario de un seductor, el filósofo danés Søren Kierkegaard (1813 - 1855) reflexiona sobre el primer estadio de la existencia, el del hombre estético, en un sentido mucho más general que lo relacionado con la sola sensibilidad. El hombre estético se mueve por la inmediatez y, en consecuencia, está vacío. No obstante, es un seductor, ducho en el manejo de la mirada y de las maneras, interesante y sabio guardián de las distancias oportunas. Por todo ello, goza de la capacidad de privar a otras personas de su libertad, esto es, de imponerse al libre albedrío de aquellas desviando su conducta del camino previamente elegido, enmascarando, por supuesto, todo el proceso en un clima de consentimiento. Conviene notar que, según Kierkegaard, la inmediatez conduce a la angustia y esta, a su vez, a la desesperación. Así que el "seductor" que no termina por angustiarse es que no era realmente tal. Al menos, en este sentido. Era, simplemente, un impostor. O un estúpido.

  Consecuentemente, se tiene entonces que quien no lleva un rumbo deliberadamente determinado, no puede ser seducido. De esta forma, quien no se encuentre en pleno uso de sus facultades, no está en disposición de ser seducido. Esto está, desgraciadamente, a la orden del día tras los sucesos acaecidos recientemente. Pero no hay necesidad de remontarse a casos tan extremos, mas es probable que, en realidad, nunca nos hayan seducido (ni lo hayamos hecho) en el sentido más etimológico de la palabra.

  Así es. Se escucha que, como futuros docentes, deberemos ser capaces de seducir con la materia que impartamos, pero pretender seducir aduciendo a la propia circunstancia resulta patético (pathos, lo que experimenta el sujeto expuesto a las emociones, al dolor) y no es propio de un seductor, pues requiere de la empatía (empátheia, que es capaz de emocionarse, de sentir el dolor) del seducido. Propiamente, como futuros educadores (ducere, conducir) participamos del compromiso moral de proveer al alumno de un camino que seguir con convencimiento de causa para que este no esté a merced de cuantos seductores pueda toparse a lo largo de su vida.

  Muchas gracias por el tiempo dedicado a la lectura de estas líneas.
  Héctor Sanz.

Comentarios

  1. Cuando uno conoce el camino de antemano...está bien que no se deje seducir por otros....pero puede darse el caso de que no sepa ....entonces la seducción cumple un buen papel...es decir en sí misma no es buena o mala...su no que depende del individuo y de las intenciones....apartar a alguién de su camino para conseguir la mejor elección.... Y cual es la mejor opción.....?.... Pues la que aporta mayor bien....

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    Respuestas
    1. Entonces...estamos legitimados para determinar el camino de los otros?

      Si no te importa, compra también una copas.

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    2. Tienes razón en parte. La seducción tiene (la tenía ya para los romanos) una connotación eminentemente negativa. Si, camino a una batalla, diversos legionarios van siendo seducidos, serán menos y dispersos los que finalmente lleguen a la misma. En cualquier caso, reconozco que es cierto que apartar de un camino tortuoso a alguien podría, en el sentido de la entrada, tener efectos positivos para él... Pero no sería "seducir", sería "reconducir".

      Respecto a lo del bien... pffff... ahí nos desvíamos de la cuestión.

      Por cierto, ¿compro pan?

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