Muerto de frío y las palabras en el estómago. Creía haberlas digerido cuando, de pronto y sin permiso, escuché la lluvia derramarse por tu espalda. Bordeando tus pecas, esas que están por no querer despedirse de tu dermis. Era como si retumbasen intermitentes, arrojándose al vacío, temblando entre el silencio que provoca lo desconocido. Quizás sean de litio para ponerme en mi sitio, ahora que el tiempo clama en su lucha. Se escuchan acariciando tu cintura, lágrimas de veras que esperan afuera, y el nombre de este poema que sigue conmigo mientras, en la ducha.